Seguramente todos recordamos haber visto, en alguna ocasión, una escena similar. Una figura distante, vestida con una toga negra -el presidente del Tribunal del Jurado- da lectura con voz solemne a la sentencia: el acusado ha sido hallado culpable de asesinato, por lo que deberá pasar los próximos veinte años en prisión. En ocasiones, las palabras de la condena se solapan con el ruido de unas rejas que se abren para dejar pasar a un hombre y se cierran tras él. La imagen cambia: los pasos solitarios del reo a lo largo de un pasillo en claroscuro coinciden con el fin de la película. He aquí el Derecho penal.
Cuando se habla de derecho penal se piensa, sobre todo, en el castigo. La literatura y el cine se han encargado de forjar la representación social del derecho penal como el lugar de la cárcel y, en muchos países, del patíbulo.
Simultáneámente, sin embargo, novelas y películas han producido la asociación del derecho penal con el juicio, esto es, con la decisión de una persona o de un grupo de personas, en un contexto solemne y a menudo incomprensible.
Además, desde luego, se parte de que si a alguien, en un juicio, se le impone un castigo, eso es porque ha hecho algo: porque es responsable, culpable. En este punto, el derecho penal queda indisolublemente relacionado con la idea de justicia. Y a aquello de lo que se es responsable y que da lugar al castigo se le llama crimen, delito. Esto último relaciona al derecho penal con ideas como producción de un daño a otros, por una parte, o infracción de reglas de convivencia general, por la otra.(www.librotecnia.cl)
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